Estados Unidos, Siria y Rusia: misiles sin rumbo




El ataque llevado a cabo por Estados Unidos contra posiciones sirias el pasado 7 de abril como respuesta el ataque con armas químicas del martes pasado en Khan Sheikhoun, atribuido al régimen sirio (y negado por éste), muestra la falta de una política exterior coherente por parte del gobierno del presidente Donald Trump.

Antes que una acción militar orientada a disuadir al presidente Bashar al Assad de usar armas químicas, el ataque de Estados Unidos se trataría de una maniobra de distracción ante las presiones del Congreso y los medios periodísticos sobre los vínculos del equipo de Trump y Rusia durante la campaña electoral.

El ataque fue elogiado por diversos gobiernos europeos y de Oriente Medio. Pese a que no parece que el Presidente tenga un plan sobre cómo seguir en Siria, este paso puede cambiar el rumbo de las relaciones con Rusia.
El presidente Trump parece cambiar de opinión y de política según la audiencia a la que se dirige en ese momento. Así actuó durante la campaña y en los primeros meses de su presidencia.
Ha sido crítico o amigable con China. Pasó de criticar duramente a México para luego suavizar sus palabras y a continuación volver a la carga. Calificó a la OTAN de organización obsoleta pero sus altos funcionarios han asegurado a los aliados que Washington mantiene sus compromisos, y así prosigue una larga lista de discursos en zigzag.
Siria, y su grave situación bélica, no quedaron exentas del mismo tratamiento ambiguo durante la campaña electoral. Una vez en la Casa Blanca, Trump pareció colocar a este país en el contexto de la relación con Rusia y la guerra contra el denominado Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés).
Dada la complejidad de los conflictos en Siria e Iraq, y las alianzas y posiciones no convencionales de Irán, Turquía, Arabia Saudí, Egipto y el papel de Israel, Trump y su equipo parecieron situarse en dos líneas estratégicas.
¿Regreso a la Guerra Fría?
La primera, combatir a ISIS. Para ello, como explicó Trump, quizá fuese necesario aliarse con Rusia e indirectamente con Bashar al Assad debido a que estos dos actores combaten también contra esa organización que desde 2014 ha tomado parte de Iraq, Siria y Libia, y ha realizado ataques terroristas en otros países.
Sólo hace pocos días, tanto el Secretario de Estado Rex Tillermann como la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, y el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, indicaron que la presencia de Bashar al Assad en el poder en Damasco “es una realidad” con la que hay que convivir, y que la prioridad es derrotar a ISIS. Una vez logrado ese objetivo, entonces podrían ocuparse de “estabilizar Siria”.
La segunda, normalizar la relación con Rusia. El ahora presidente estadounidense ha mantenido posiciones ambiguas sobre Rusia. La razón sería tratar de establecer un gran pacto estratégico que estabilice la deteriorada relación con Moscú. En su visión simplificadora del poder, parece creer que el mundo podría funcionar de forma más estable si se volviese a una situación similar a la de la Guerra Fría, con dos grandes líderes (tres, sumando a China en la ecuación) hegemónicos.
Trump no ha tenido formación política, pero generacionalmente creció durante la Guerra Fría. Si se pudiesen trazar dos variables que hayan influido en su forma de ver el mundo, una es la bipolaridad Washington-Moscú, y la otra es la época dorada de la liberalización del mercado, el dinero fácil y el enriquecimiento especulativo, de la que él se benefició desde la década de los 80.
Esta visión que combina el control mundial a través de la bipolaridad y el enriquecimiento especulativo coincide con la del presidente Vladimir Putin, también formado durante la Guerra Fría, y en la élite del poder político, económico y militar de Moscú.
El objetivo de Putin es contar con un contexto internacional en el que Rusia tenga una fuerte influencia en diferentes partes del mundo, y sea respetada como una gran potencia. Para ello prefiere que haya una división de poder global bipolar o tripolar antes que una multipolaridad compleja como la que actualmente existe. Para Moscú los factores principales que configurarán el sistema internacional serán las alianzas comerciales, las armas nucleares y la lucha contra el terrorismo.
El gobierno ruso no ocultó durante la campaña electoral estadounidense su falta de afinidad con Hillary Clinton, a quien consideró como todavía más anti-rusa que el presidente Obama, y apostó por que triunfase Trump. Éste dio signos de apreciar la forma de gobernar de Putin.
Para Moscú, alcanzar una cooperación en la guerra contra ISIS iría unido a que Washington relajase las sanciones a Rusia por la ocupación de Crimea, y eso sirviese de presión sobre Europa para adoptar una decisión similar. Cuánto interfirió Rusia en la campaña electoral, está ahora bajo investigación del FBI y del Congreso de Estados Unidos.
Potenciales problemas con Rusia
El problema para Trump es que tener ideas simplificadoras no modifica una realidad compleja. Ahí se produce el tropiezo de Siria. Rusia ha estado proponiendo desde octubre de 2015 a Washington que formen una alianza para combatir a ISIS. Estados Unidos lidera su propia coalición y Rusia pelea por su lado. Militarmente, se informan y coordinan para que no haya incidentes entre ellos (y con Israel). Pero no luchan juntos. Y el mayor obstáculo es Bashar al Assad.
Rusia quiere ganar influencia en Oriente Medio. Mantiene excelentes relaciones con Israel y difíciles pero buenos vínculos con Irán y Turquía. Junto con Teherán apoya económica y militarmente a Bashar al Assad. Estados Unidos ha perdido peso en esta región en los últimos quince años debido a su fracaso en Iraq, la imposibilidad de alcanzar un acuerdo entre Israel y Palestina, y poder controlar las dinámicas internas de la región.
En el caso sirio Obama intentó combinar el apoyo a la iniciativa diplomática de Naciones Unidas (también apoyada por la Unión Europea y Rusia) con proveer limitada ayuda militar a algunas de las organizaciones armadas, consideradas moderadas, que peleaban contra el régimen sirio. Pero se opuso a atacar directamente posiciones sirias y menos aún a desplegar fuerzas estadounidenses sobre el terreno.
De esta forma mantuvo un acuerdo implícito con Moscú de no intervenir en Siria. Progresivamente, Obama fue asumiendo que no sería posible derrocar a Bashar al Assad, acercando de esta forma posiciones con los rusos. Mientras tanto, el enfrentamiento diplomático entre ambas potencias ha sido muy tenso sobre Ucrania y la ocupación rusa de Crimea.
En sus primeras semanas de gobierno Trump parecía seguir la línea de Obama, pero el ataque con armas químicas del martes pasado realizado aparentemente por el régimen sirio, llevó a la Casa Blanca a ordenar un ataque limitado sobre posiciones militares donde se supone que Bashar al Assad tendría armas de este tipo. Si así fuese, Damasco habría violado el acuerdo al que llegó con Naciones Unidas en la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU del 27 de septiembre de 2013 para desmantelar y entregar sus arsenales químicos.
Poco antes del ataque el secretario de Estado Tillerman indicó que Rusia es parcialmente responsable del uso de armas químicas debido al apoyo que Moscú le brinda al gobierno sirio. A esto le ha seguido una declaración de la embajadora Haley a la cadena CNN el 9 de abril indicando que no habrá solución para Siria mientras Bashar al Assad siga en el poder. “Un cambio de régimen es algo que debemos pensar que ocurra”, añadió. Tillerman viajará el miércoles 19 de abril a Moscú y posiblemente presionará a Rusia para que deje de apoyar al presidente de Siria, o que se prepare para nuevos ataques.
Esta afirmación es una declaración de hostilidades diplomáticas hacia Moscú que ha sido bien recibida por sectores en Estados Unidos que criticaron a Obama por su actitud cautelosa y que esperan que Trump tenga una política más dura hacia Rusia e Irán en Siria. Igualmente, Israel, Turquía, Arabia Saudí y los aliados europeos han recibido la noticia del ataque con satisfacción, esperando que este sea el primer paso de un regreso de Trump a la “normalidad” que se espera del presidente.
Pero el gobierno de Putin rechaza políticas internacionales de cambio de régimen (algo que no aplica a su propia acción en Crimea). En 2011 la OTAN intervino en Libia, y apoyándose en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU orientada a proteger civiles, destruyó la infraestructura de gobierno del coronel Moamar Gadafi abriendo la puerta a su derrocamiento, captura y asesinato. Rusia, que se niega a legitimar ninguna acción militar para cambios de régimen (temiendo que el precedente pueda volverse en su contra en el futuro), consideró que había sido engañada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.
El ataque a Siria hay que enmarcarlo en las noticias difundidas por el New York Times indicando que los mandos militares estadounidenses han sido autorizados por el Presidente para actuar con más flexibilidad y rapidez, teniendo menos controles que los que impuso Obama incluso cuando se trata de operaciones en las que pueda haber bajas civiles. En las últimas semanas, Estados Unidos ha actuado con misiles, drones (aviones no tripulados), y personal militar en operaciones en Yemen, Somalia, Iraq (junto a fuerzas iraquíes en la batalla contra ISIS por la ciudad de Mosul), y en Siria. Todo esto también genera gran preocupación en Moscú.
De hecho, tanto el gobierno ruso como diversos analistas internacionales se preguntan qué ocurriría si Bashar al Assad fuese derrocado. ¿Quién asumiría el poder en Siria? La posibilidad de que se convirtiese, todavía más que hoy, en un territorio en guerra entre decenas de milicias sunníes, chiíes y kurdas, más ISIS, es un escenario probable.
El ataque de Estados Unidos no es reflejo de una nueva estrategia hacia Siria, sino que parece una forma de responder a las críticas internas por su proximidad y extraña asociación con Rusia. Posiblemente también se ha hecho para desviar la atención sobre el papel estadounidense en la muerte de civiles en la batalla de Mosul, y mandar un mensaje al igualmente imprevisible presidente de Corea del Norte y sus provocaciones con misiles y su programa nuclear. El hecho de que el ataque a Siria se llevase a cabo mientras Trump cenaban el jueves por la noche en su residencia de Florida con el presidente de China, Xi Jinping, sería también un signo hacia el gobierno de este país, el único que apoya al régimen de Corea del Norte.
En este escenario con múltiples actores e intereses, el mayor peligro es que Estados Unidos se lanza a acciones militares sin tener una política clara ni estrategias para cada situación, volviendo a su inercia tradicional de usar la fuerza sin medir las consecuencias.
Respecto de la relación Washington-Moscú podría ocurrir que el sector anti ruso de los republicanos y miembros de las fuerzas armadas estadounidenses impongan su criterio sobre el vago plan de Trump de reestablecer relaciones normales y dividirse el mundo. A la vez, desde Moscú podrían acabarse las ilusiones sobre el Presidente republicano. En ese caso, el futuro sería una peligrosa normalidad de tensión entre potencias y prolongación de violentos conflictos regionales. 
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